Pico, pala y canario. Durante siglos, los trabajadores descendían a las minas de carbón con un canario en una jaula. Este animal, al ser más pequeño, sufría los efectos de los gases tóxicos antes que los humanos, así que su estado podía servir de alarma ante una fuga de gas. Más que un canario, era un centinela. Una aproximación similar es la que propone un editorial publicado en la revista Science, escaparate de la mejor ciencia mundial, que sugiere que los perros deberían convertirse en los guardianes de la salud humana. Como comparten el mismo entorno que sus dueños, los perros pueden ayudar a estudiar, por ejemplo, la epidemiología de patógenos transmitidos por vectores, los efectos de la exposición a metales pesados o a microplásticos, e incluso los efectos de las dificultades sociales, argumentan las autoras.

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