Esguinces, luxaciones, desgarros musculares y un estrés considerable. Este es el diagnóstico con el que se están encontrando los veterinarios ante una práctica que se extiende de forma alarmante. Lejos de ser un accidente, se trata de una agresión deliberada que sus autores disfrazan de juego inocente. Las víctimas son siempre las mismas: perros y gatos sometidos a zarandeos que pueden dejarles secuelas de por vida, generando en ellos una profunda desconfianza hacia sus propios dueños y provocando un abanico de lesiones que van más allá del daño físico inmediato.