Todo empezó con llamadas de voluntarias desesperadas. Mujeres que llevaban años cuidando colonias felinas en sus barrios nos pedían ayuda entre lágrimas: los gatos que habían alimentado y esterilizado desaparecían de la noche a la mañana, otros volvían desorientados tras haber sido capturados por empresas contratadas por su ayuntamiento, otros eran encerrados en jaulas para siempre. A raíz de estas denuncias, nos encontramos con un patrón que se repite tanto en España como en otros países: empresas de control de plagas que, bajo la etiqueta de “gestión ética”, convierten a los gatos comunitarios en un negocio lucrativo.

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