Entre 1976 y 1988 fue también vicepresidente de la entidad colegial

Enrique Blas, con 96 años, es el colegiado más antiguo del ICOVV de Valencia. Se sienta hoy en el sillón del mismo despacho desde el que durante décadas planificó diariamente sus visitas. Alguno de sus hijos acude a la cita para auxiliarle en la entrevista. No parece necesitarlo y son varias las veces en las que demuestra tener incluso mejor memoria. Su bisabuelo y su abuelo ejercicieron ya como veterinarios. Pese a que su padre fue militar, “estaba predestinado” y su ejemplo vital fue tal que debió persuadir a 3 de sus 5 hijos a seguir su camino: a Enrique (66 años), hoy es catedrático de Nutrición Animal de la U. Politécnica de Valencia; a Fernando (64) y a Antonio (58), quienes ejercen en Salud Pública. Incluso un nieto suyo -y la saga ya llega pues hasta cinco generaciones- ha continuado la tradición y ahora trabaja en un matadero cercano a Manchester (Inglaterra). Conocer su trayectoria profesional y hacerlo de la mano de sus hijos es un viaje al pasado de una profesión rural reconvertida hoy a urbanita, ciertamente a otra cosa.

Don Enrique Blas, en el despacho de su casa en Meliana

Don Enrique nació ‘accidentalmente‘ en Barcelona, donde su padre estuvo destinado dos años. Pronto recaló en su pueblo, en Casas de Bárcenas (Valencia) donde sus ancestros regentaron una posada que posteriormente -como en el caso de tantos otros albéitares- fue más conocida como herrería. Recuerda a su abuelo por el cariñoso apodo de ‘coca’ por las veces que -de niño- volvía del mercado de Sagunto de castrar animales portando la popular tarta valenciana. ‘Coca’ debió contarle de niño cómo su bisabuelo marchó también a la Escuela de Albéitares de Teruel para formarse en aquella profesión.

“Mi padre quería que fuera veterinario, yo también. Estaba predestinado”, reconoce Don Enrique antes de saltar en el tiempo y recordar cuando marchó a estudiar a la Facultad de Zaragoza.

Amigo de Contreras
Tras concluir sus estudios y hacer el servicio militar como alférez en la Jefatura de Ganadería del Cuartel de Caballería de Bétera fue llamado para ejercer como veterinario interino en Casinos durante dos años. Más tarde, el Ayuntamiento de Valencia le requería para hacer lo propio durante otros 6 años. Allí coincidió con otro veterinario ilustre, Juan Contreras, quien presidió el Colegio de Valencia (ICOVV) durante 19 años ininterrumpidos, entre 1977 y 1996. Sus vidas caminaron en paralelo desde entonces.

Efectivamente, ambos se presentaron para lograr plaza en el Cuerpo Nacional de Veterinarios Titulares. “Durante meses no salimos de la pensión de Madrid más que para ir a misa”, recuerda. No es de extrañar pues que Enrique Blas acompañara a Juan Contreras también durante algo más de una década (entre 1977 y 1988) en su aventura al frente del ICOVV, ejerciendo como su vicepresidente.

Veterinario titular
Con aquella convocatoria de oposiciones ocurrió como con la facultad -”mi padre era muy listo”, recuerda su hijo Antonio- y en 1953 obtuvo plaza para la partida de Begís-Torás-Teresa Sacanyet (Castellón). Aquel destino, como los dos anteriores como interino, no le alejó demasiado de su trabajo desde la herrería familiar pero sí le permitió casarse al poco y trasladarse a vivir a su actual hogar en Meliana.

“Tenía una Montesa con la que iba y volvía a Begís pero me esforzaba por seguir atendiendo como podía a mis clientes de Casas de Bárcenas”, matiza Don Enrique. De aquella etapa recuerda un incidente con su esposa yendo hacia allá en aquella moto: “Las señoras iban sentadas como paquete detrás pero entonces iban de lado. Pasamos un bache y ella cayó. Aquello fue como una señal”, recuerda. Así que, cuando en 1959 surgió la oportunidad y hubo una vacante de titular en las vecinas localidades de Albalat-Foios-Museros la solicitó y la logró ocupar. Y ahí siguió hasta su jubilación.

Época de tránsito
“La veterinaria era una profesión rural, en la que hacíamos clínica ambulante, atendiendo los caballos y mulos de los labradores, las vaquerías o las incipientes granjas de aves y porcinas -debo de haber castrado muchas decenas de miles de cerdos- y supervisábamos los temas de higiene de las carnicerías y mataderos, y entonces cada pueblo tenía uno”, recuerda.
“En los 70 empezó a desarrollarse la clínica de pequeños animales, primero con las vacunas de la rabia y otros cuidados a los perros de los cazadores o que se usaban como guardianes, después con los que ya eran mascotas de la familia. La gente venía a casa cuando sabían que me podían localizar -a la hora de comer o de cenar-. Aquello era insufrible”, recuerda.
Así fue como ideó atender a esa gente en un horario vespertino y en un lugar fijo. Así fue como en 1977 montó una pequeña clínica, de las primeras de la provincia. En 1985, sus hijos -Antonio y Fernando- se hicieron cargo de ella.